A propósito del disco Dislalia, de Carlos Marks
Wilfrido Terrazas
¿Qué significa pertenecer para un músico? ¡Vaya pregunta para hacerse en la segunda década del siglo XXI! En otra época de mi vida, esta pregunta me hubiera causado algo similar al escozor que mueve al etnomusicólogo a investigar. Por fortuna, no tengo ni la formación adecuada, ni el interés, ni la vocación para abordar cuestiones de tal complejidad. Sin embargo, admito que la pregunta ronda subrepticiamente mi cabeza al escuchar el disco debut de Carlos Marks, Dislalia. A medida de que me familiarizo más y más con este fascinante álbum, me convenzo de que pertenecer, en este momento y lugar, es más parecido a participar de una elección que a recibir una herencia. No podría hablar desde una perspectiva de un músico que pertenece, ya que pertenecer a una tradición musical específica, que domine y cimiente todos los aspectos de mi musicalidad, es algo que me ha eludido siempre. Crecí sin conocer ese tipo de visión. Supongo que debe ser interesante. Supongo que debe dar cierta certeza. Sospecho, no obstante, que Carlos Alegre y Misha Marks, padres fundadores del inclasificable Carlos Marks, tampoco pertenecen de esa manera unívoca a tradición alguna.
Iannis Xenakis, en una entrevista realizada allá por los iconoclastas 1960s, expresó que creció expuesto a muy diversas tradiciones musicales (varias de ellas, por cierto, y muy al caso, originarias de Los Balcanes), pero que fueron tantas y tan ricas, que ninguna de ellas predominó por sobre las otras en su formación. Este hecho, según Xenakis, arrojó como resultado una condición de no pertenencia musical, que lo marcó de por vida. Guardando toda proporción, observo una conexión de esta experiencia con la de varios músicos de la escena experimental de la Ciudad de México, que ha generado el caldo de cultivo ideal para el surgimiento de proyectos tan originales como Carlos Marks. ¿Qué tipo de música hace este singular grupo? ¿Free Balkan? ¿Balcánico experimental chilango-neozelandés? Quizá eso sea irrelevante. Lo que sí puedo afirmar es ser testigo de primer orden de la apabullante musicalidad de Alegre y Marks, con quienes he tenido el honor de trabajar por años en el grupo de improvisación Generación Espontánea.
Carlos Marks surgió como un dúo, enfocado principalmente a tocar músicas tradicionales de Los Balcanes. No sé cómo ni por qué fue que un errante guitarrista neozelandés, cuyo background musical incluye fuertes raíces en el flamenco y en el jazz, fundó un grupo de música balcánica con un violinista mexicano, que tan a gusto se siente tocando son jarocho como tocando salsa, jazz o soul. Lo que sí sé es que todos los que observamos de cerca esa aleación nos convertimos rápidamente a la nueva doctrina: el Carlosmarksismo. En el escenario, Alegre y Marks proyectan una musicalidad única, casi mística, y los escuchas no tenemos otra opción que convertirnos y viajar con ellos. En lo personal, admito que no me preocupa qué género sea el que define a este proyecto. Esa es, a mi entender, parte de su esencia (es evidente que soy un carlosmarksista convencido, y no pretendo ocultarlo). Una vez cimentado ese espíritu, la banda se convirtió en un cuarteto. La inclusión del percusionista Jacobo Guerrero y, en una primera etapa, del contrabajista Tomás Fernández, dio a Carlos Marks una estructura sólida y mayor alcance para las ideas ya gestadas en su etapa como dúo. Recientemente, Axel Tamayo ha sustituido a Tomás Fernández como contrabajista del grupo. Fernández grabó, sin embargo, y de manera brillante, todas las partes de contrabajo del disco debut.
Dislalia es un disco redondo, ideal para la plenitud de la tarde. Las melodías de estilo balcánico predominan en la sonoridad general del álbum, y sus punzantes acentos marcan su temporalidad, cuidados magistralmente por la percusión de Guerrero. No todas las piezas son, sin embargo, tradicionales. Algunas, como Yuki y Borrachioca, son composiciones originales de Marks; otras, como Melos tirana y Pustesí pustenó, de Alegre. Hay también refrescantes y breves interludios, como El oído dentado y Hives, que nos recuerdan que Alegre y Marks son también feroces músicos experimentales. Son notorias asimismo las apariciones de tres músicos invitados: Alex Daniels (acordeón), Alexander Bruck (violín stroh) y, especialmente memorable, Blair Latham (clarinete bajo) en Borrachioca. Si tuviera que escoger dos momentos especialmente cálidos del disco, recomendaría, primeramente, que todo escucha reparara en el fantástico arreglo de la canción mexicana La petenera, en el que el violín de Alegre se esfuerza por mantener un vínculo con una tradición desdibujada por la desquiciante guitarra de Marks; y, en segundo lugar, subrayaría la íntima expresión de Espejista, composición conmovedora de Alegre, dedicada a la memoria de su padre.
Más que bienvenido es Dislalia, que llega a nosotros en el prestigioso sello independiente Intolerancia. Felicitaciones a Carlos Marks y a todos los que creemos en el carlosmarksismo, una verdadera doctrina de nuestro tiempo. Larga vida.