[Sobre Monólogo II, Injertos de oscuridad, de Samuel Cedillo]
Wilfrido Terrazas
Pocas obras han representado para mí el reto que en su momento constituyó el montar, estrenar, y, años después, grabar, el Monólogo II, Injertos de oscuridad, escrito para flauta bajo, del compositor mexicano Samuel Cedillo. He estrenado música por más de 20 años, y debo decir que son apenas un puñado las obras que he encontrado que, a pesar de destacar por la complejidad de su notación, conservan una balanceada correlación entre esfuerzo y resultado. Monólogo II es una de ellas. Volveré a este tema más adelante, pero antes, permítaseme una serie de antecedentes.
Conocí a Samuel en 1999, cuando ambos estudiábamos en el Conservatorio de las Rosas, en Morelia. Yo estaba en mi último año de la carrera, mientras él apenas la iniciaba. Desde entonces, hemos coincidido en diversos momentos de las carreras de ambos. Si bien Samuel es algunos años menor que yo, considero que, en cierto modo, hemos crecido juntos, compartiendo mundos sonoros afines. Ésa es la manera en la que concibo mi trabajo de colaboración con otros artistas (no sólo con compositores): como un proceso de crecimiento a largo plazo, beneficioso y enriquecedor para ambas partes. Samuel es un miembro de primera importancia de la que considero la generación más pujante de músicos mexicanos de las décadas recientes. Si bien ha conducido su carrera de manera solitaria, casi como un ermitaño (en todo caso, ¡uno muy joven!), Samuel ha sido siempre claro y determinado en sus búsquedas, y su obra habla con una voz muy suya. Quizá como consecuencia de haber sido artesano en su infancia, de haber estado siempre cercano a la tierra (verdaderamente, y sin pretensión), Samuel escribe su música como alguien que trabaja con las manos y no teme ensuciarlas; no teme equivocarse, ni ir más allá de los límites tradicionales de los instrumentos. En su música, está presente esa tierra que Samuel moldeó de niño. Casi se puede oler. Por la misma razón, Samuel tampoco teme ir más allá de las retóricas oxidadas de la llamada música contemporánea. La música que escribe está conectada a esa tierra en su origen, de manera irrenunciable.
En 2008, estrené una primera versión de lo que después llegaría a ser Monólogo II. Se trataba de un dúo para flauta bajo y percusión, inspirada en un texto de Samuel Beckett. Posteriormente, Samuel reconfiguró la pieza y quedó como un solo, con el poema Injertos de oscuridad de Paul Celan como epígrafe. La estrené en 2009, en Guadalajara. Hasta la fecha, es una de las obras que más veces y en más lugares he tocado, y la considero una de las obras pilares de mi repertorio. Mencioné arriba que Monólogo II es una de las piezas para flauta con notación compleja mejor logradas. Su correlación entre esfuerzo y resultado es de un balance inmejorable. Me explico, sin pretender hacer aquí de historiador. El mundo de la notación compleja ha traído a la música contemporánea sonoridades de gran interés desde su irrupción allá por la década de 1970. La flauta ha sido partícipe de esa revolución desde sus inicios, con clásicos como Cassandra’s Dream Song, Unity Capsule, Sgothan, etc. Sin embargo, ya para la década de 1990, la notación compleja daba señales de estar agotándose, al tiempo que algunos compositores luchaban por incorporar más y más elementos a ella. (Este proceso no parece haber acabado del todo aún hoy). En mi opinión, esta lucha fue impulsada en buena medida por la entonces nueva idea de la multiparametricidad, es decir, la concepción del sonido como algo que se puede descomponer en varios elementos, cada uno con su propia lógica, y que, por lo mismo, deberían escribirse por separado. Esta idea parecía funcionar muy bien en el caso particular de los instrumentos de cuerda frotada, que son ellos mismos la unión de varias cosas de distintas naturalezas: tapas, costillas, diapasón, cuerdas, clavijas, puente, puntal, etc. Frotadas además por otro objeto separado: el arco. La notación multiparamétrica hizo de las cuerdas su terreno fértil, pues muchas cosas sí que son separables en ellas (y, quizá en menor grado, en la percusión y en los instrumentos de teclado). En los instrumentos de viento, sin embargo, la notación multiparamétrica fue mucho menos exitosa. La causa de este hecho es muy simple. Organológicamente, los instrumentos de viento no son más que una sola cosa: un tubo. Los mecanismos sirven para alargar o acortar la longitud del tubo. Eso es todo. En mi experiencia, las obras con notación compleja deben de considerar este hecho de manera cuidadosa, para poder ser exitosas. No importa cuántos elementos haya en la notación, sólo hay una columna de aire. Recuerdo haber trabajado varias obras en el pasado en las que la correlación esfuerzo-resultado estaba completamente desequilibrada. Esfuerzos múltiples, para un resultado más bien simple, que se podía haber escrito de una manera mucho más sencilla. La notación multiparamétrica en esos casos sólo estorbaba a la idea musical, cuyo resultado era uno y no múltiple, como quería sugerir la notación. Al contrario de lo que sucede en las cuerdas, en los vientos hay una idea fundamental de unidad. Son organismos, no aparatos. Extensiones de nuestra respiración. Samuel Cedillo entendió eso a la perfección.
Monólogo II, Injertos de oscuridad es una obra exitosa justamente por el cuidado con que aborda una notación compleja que no sólo no obstaculiza la idea musical, sino que la favorece. Se trata de un verdadero tour de force para el intérprete, que requiere de resistencia y de mucha energía, pero que recompensa todo el esfuerzo con resultados sonoros increíbles. La obra es difícil, sí, pero el proceso de montaje se ve impulsado siempre por la favorable correlación esfuerzo-resultado de la que ya he hablado. Es una obra orgánica, en el sentido más básico de la palabra. Lo que quiero decir es que, como pocas, es una obra que te hace crecer, y entender, orgánicamente y sin rodeos, la intensidad de la experiencia fundamental que llamamos vivir.
Wilfrido Terrazas
Pocas obras han representado para mí el reto que en su momento constituyó el montar, estrenar, y, años después, grabar, el Monólogo II, Injertos de oscuridad, escrito para flauta bajo, del compositor mexicano Samuel Cedillo. He estrenado música por más de 20 años, y debo decir que son apenas un puñado las obras que he encontrado que, a pesar de destacar por la complejidad de su notación, conservan una balanceada correlación entre esfuerzo y resultado. Monólogo II es una de ellas. Volveré a este tema más adelante, pero antes, permítaseme una serie de antecedentes.
Conocí a Samuel en 1999, cuando ambos estudiábamos en el Conservatorio de las Rosas, en Morelia. Yo estaba en mi último año de la carrera, mientras él apenas la iniciaba. Desde entonces, hemos coincidido en diversos momentos de las carreras de ambos. Si bien Samuel es algunos años menor que yo, considero que, en cierto modo, hemos crecido juntos, compartiendo mundos sonoros afines. Ésa es la manera en la que concibo mi trabajo de colaboración con otros artistas (no sólo con compositores): como un proceso de crecimiento a largo plazo, beneficioso y enriquecedor para ambas partes. Samuel es un miembro de primera importancia de la que considero la generación más pujante de músicos mexicanos de las décadas recientes. Si bien ha conducido su carrera de manera solitaria, casi como un ermitaño (en todo caso, ¡uno muy joven!), Samuel ha sido siempre claro y determinado en sus búsquedas, y su obra habla con una voz muy suya. Quizá como consecuencia de haber sido artesano en su infancia, de haber estado siempre cercano a la tierra (verdaderamente, y sin pretensión), Samuel escribe su música como alguien que trabaja con las manos y no teme ensuciarlas; no teme equivocarse, ni ir más allá de los límites tradicionales de los instrumentos. En su música, está presente esa tierra que Samuel moldeó de niño. Casi se puede oler. Por la misma razón, Samuel tampoco teme ir más allá de las retóricas oxidadas de la llamada música contemporánea. La música que escribe está conectada a esa tierra en su origen, de manera irrenunciable.
En 2008, estrené una primera versión de lo que después llegaría a ser Monólogo II. Se trataba de un dúo para flauta bajo y percusión, inspirada en un texto de Samuel Beckett. Posteriormente, Samuel reconfiguró la pieza y quedó como un solo, con el poema Injertos de oscuridad de Paul Celan como epígrafe. La estrené en 2009, en Guadalajara. Hasta la fecha, es una de las obras que más veces y en más lugares he tocado, y la considero una de las obras pilares de mi repertorio. Mencioné arriba que Monólogo II es una de las piezas para flauta con notación compleja mejor logradas. Su correlación entre esfuerzo y resultado es de un balance inmejorable. Me explico, sin pretender hacer aquí de historiador. El mundo de la notación compleja ha traído a la música contemporánea sonoridades de gran interés desde su irrupción allá por la década de 1970. La flauta ha sido partícipe de esa revolución desde sus inicios, con clásicos como Cassandra’s Dream Song, Unity Capsule, Sgothan, etc. Sin embargo, ya para la década de 1990, la notación compleja daba señales de estar agotándose, al tiempo que algunos compositores luchaban por incorporar más y más elementos a ella. (Este proceso no parece haber acabado del todo aún hoy). En mi opinión, esta lucha fue impulsada en buena medida por la entonces nueva idea de la multiparametricidad, es decir, la concepción del sonido como algo que se puede descomponer en varios elementos, cada uno con su propia lógica, y que, por lo mismo, deberían escribirse por separado. Esta idea parecía funcionar muy bien en el caso particular de los instrumentos de cuerda frotada, que son ellos mismos la unión de varias cosas de distintas naturalezas: tapas, costillas, diapasón, cuerdas, clavijas, puente, puntal, etc. Frotadas además por otro objeto separado: el arco. La notación multiparamétrica hizo de las cuerdas su terreno fértil, pues muchas cosas sí que son separables en ellas (y, quizá en menor grado, en la percusión y en los instrumentos de teclado). En los instrumentos de viento, sin embargo, la notación multiparamétrica fue mucho menos exitosa. La causa de este hecho es muy simple. Organológicamente, los instrumentos de viento no son más que una sola cosa: un tubo. Los mecanismos sirven para alargar o acortar la longitud del tubo. Eso es todo. En mi experiencia, las obras con notación compleja deben de considerar este hecho de manera cuidadosa, para poder ser exitosas. No importa cuántos elementos haya en la notación, sólo hay una columna de aire. Recuerdo haber trabajado varias obras en el pasado en las que la correlación esfuerzo-resultado estaba completamente desequilibrada. Esfuerzos múltiples, para un resultado más bien simple, que se podía haber escrito de una manera mucho más sencilla. La notación multiparamétrica en esos casos sólo estorbaba a la idea musical, cuyo resultado era uno y no múltiple, como quería sugerir la notación. Al contrario de lo que sucede en las cuerdas, en los vientos hay una idea fundamental de unidad. Son organismos, no aparatos. Extensiones de nuestra respiración. Samuel Cedillo entendió eso a la perfección.
Monólogo II, Injertos de oscuridad es una obra exitosa justamente por el cuidado con que aborda una notación compleja que no sólo no obstaculiza la idea musical, sino que la favorece. Se trata de un verdadero tour de force para el intérprete, que requiere de resistencia y de mucha energía, pero que recompensa todo el esfuerzo con resultados sonoros increíbles. La obra es difícil, sí, pero el proceso de montaje se ve impulsado siempre por la favorable correlación esfuerzo-resultado de la que ya he hablado. Es una obra orgánica, en el sentido más básico de la palabra. Lo que quiero decir es que, como pocas, es una obra que te hace crecer, y entender, orgánicamente y sin rodeos, la intensidad de la experiencia fundamental que llamamos vivir.