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ESPIRALES
UN HOMENAJE
WILFRIDO TERRAZAS
A la memoria de Omar Hernández-Hidalgo
El trío que por dos años formamos Omar Hernández-Hidalgo, Pablo Gómez y quien estas líneas escribe tuvo por efímero nombre Espiral. Una tarde de enero, nos reunimos en un Sanborn’s y buscamos un nombre para el trío. Pablo y yo teníamos algunas propuestas, aunque débiles, por decir lo menos. Mi mejor propuesta, por ejemplo, era Los Rudos Técnicos. A Omar le gustó mi propuesta y la encontró graciosa, pero Pablo, con toda razón, argumentó que con tal nombre nos sería imposible conseguir conciertos. Omar, fiel a su decidida personalidad, propuso el nombre definitivo. El nombre propuesto no fue casual: Omar había nombrado a su propia viola así y su disco solista lleva el título de La viola espiral. La espiral, nos explicó Omar, le parecía una figura única, una idea que lo cautivaba y apasionaba. En realidad, sólo dimos un concierto bajo el nombre de Espiral. Sin embargo, fue un concierto tan intenso, tan memorable, que de alguna manera pareciera que no ha acabado. Fue un concierto en espiral. Este concierto resuena a menudo en mi memoria y nutre mis deseos de seguir tocando y creando. Estoy seguro, además, de no ser el único. Muchos músicos que compartieron el escenario con Omar y muchas personas que lo escucharon alguna vez en concierto, estarán de acuerdo conmigo en que la pasión que caracterizaba sus interpretaciones era contagiosa e infundía intensidad en nuestras vidas.
Tanto dentro como fuera del escenario, Omar provocaba las más interesantes reacciones. Trabajar con él era siempre un enigma, una delirante y fantástica experiencia, casi fuera de este mundo. Él mismo era una espiral. Nosotros tratábamos solamente de seguir su ritmo. Recuerdo los primeros ensayos del trío. Omar tenía una serie de conciertos, un ciclo Brahms, en esos mismos días, así que sólo podía ensayar por las noches. Creo que no conocía el cansancio. Llegaba a los ensayos con la misma energía que lo caracterizaba en el escenario, aún después de haber terminado de dar un concierto minutos antes. Tengo entendido que esa misma energía lo distinguía al dar clases. Infatigable.
La vida espiral de Omar Hernández-Hidalgo tuvo quizá su giro más brillante, más visionario, en su arduo trabajo con compositores de diversas generaciones y orígenes para fomentar un nuevo y extenso repertorio para viola. Sé que eso lo enorgullecía, y vaya que tenía razón. Se trata de un legado cuyo potencial es enorme. Sin duda hay una viola en México antes y después de Omar. Estrenar obras, crear nuevo repertorio, realizar esfuerzos colaborativos, ampliar los límites del instrumento, los de la percepción e incluso los propios límites físicos, son rasgos del intérprete nuevo, creativo, que demuele persistentemente viejos y caducos hábitos. Tal era la marca del trabajo de Omar como intérprete. Omar demostraba su compromiso con la música, en particular con la música nueva, en cada oportunidad que tenía. Y lo hacía como pocos. Pudo haber hecho una carrera exitosa dedicándose de manera exclusiva al repertorio clásico para viola, y su talento extraordinario se lo hubiera permitido. Pero no lo hizo. Su explosividad, pasión e inteligencia tuvieron en la música nueva un mayor y más fructífero reto. Uno verdaderamente significativo. Una existencia auténtica.
No sé mucho acerca de las espirales. Omar las conocía mucho mejor. Sé que están en la naturaleza y en la imaginación, en el océano, en la estructura del universo. Por el resto de mi vida, no obstante, la palabra espiral será para mí indisociable del trabajo, el recuerdo, el agradecimiento y la admiración a Omar el colega, el amigo, el luchador incansable de la viola.