Treinta años de tocar la flauta
Wilfrido Terrazas
Siempre le doy la bienvenida a junio, bello y siempre arduo mes en el que me gusta celebrar. En este mes, la Generación Espontánea celebrará 14 años de vida y yo estoy celebrando 30 años de tocar la flauta traversa. No es que tuviera los grandes planes ni mucho menos, pero sí me hubiera gustado hacer algo para celebrar 30 años de carrera, claro que sí. No sé cuándo podré hacerlo, pero no será pronto. Con todo, me da gusto compartirles el hecho de que llegué hasta este momento: ¡30 años! Mis flautas han sido mis compañeras de vida de muchas maneras y estoy sumamente agradecido de poder dedicarme a algo que, lejos de haberme aburrido, me sigue fascinando y retando todos los días. Eso incluye la presente crisis, por supuesto.
Así que, para conmemorar este logro de alguna manera, les voy a poner aquí 30 datos/anécdotas curiosas de mi vida con la flauta y espero que tengan un lindo mes de junio, aunque todo en la realidad apunte a las duras adversidades a las que nos estamos enfrentando; algunas personas, obviamente, más que otras. Cuídense mucho y cuiden a los suyos, presencial y/o virtualmente. Les mando abrazos virtuales y espero que pronto puedan ser presenciales.
1. Hace años que decidí celebrar en junio, pero la verdad es que no recuerdo bien cuándo empecé a tocar la flauta, fue en la primavera o el verano de 1990, eso sí es seguro, pero pudo haber sido en mayo, junio o julio. En abril es poco probable. En agosto lo considero aún menos probable y en septiembre definitivamente no pudo haber sido.
2. La primera flauta que tuve en mis manos fue prestada, era un Artley, si no me equivoco. Era propiedad de la secundaria a la que iba (la Diurna 2 en Ensenada), y la tocaba un compañero de la escuela que tenía cero interés en ella. Vivía relativamente cerca de mi casa, y, un día, caminando por el rumbo, me lo encontré y me la prestó. Tuve esa flauta algunas semanas.
3. Al principio no podía producir sonido alguno en la flauta. Me llevó varios días tocar mi primera nota.
4. Mi primera flauta fue una Yamaha súper sencilla, que además estaba completamente destartalada. La encontré en Los Globos (el más célebre de los mercados de pulgas que hay en Ensenada) y costó 80,000 viejos pesos, que mi jefa pidió prestados a una amiga suya, por cierto, porque no teníamos dinero. No recuerdo como a cuánto equivaldría esa cantidad actualmente, ¿quizá mil pesos? ¿500?
5. Esa primera flauta tenía miles de problemas y no podía tocar ni una nota en ella. Por fortuna, conocía a otro chavo que tocaba la flauta y cuyo padre era músico y sabía arreglar instrumentos de viento. El señor, súper buena onda, no me cobró ni un centavo y me dejó la flauta en condiciones para poder empezar a tocar. La flauta, por cierto, no tenía estuche, pero un carpintero que mi jefa conocía nos diseñó y construyó uno muy simpático y con eso sobreviví mis primeros tiempos.
6. Mi primer piccolo fue un instrumento noble y que me sacó de mil apuros, si bien era súper desafinado y era imposible tocar piano en su registro agudo. No recuerdo de qué marca era (¿Artley?). Hasta donde yo sé, fue el primer piccolo que alguien tocó en orquestas juveniles en Baja California, aunque obviamente no hay manera de saber eso a ciencia cierta. Lo cambié en una tienda en el centro de San Diego por mi primera flauta y unos 100 dólares más en 1993 si no recuerdo mal.
7. Mi tercera flauta fue otra Yamaha para la que estuve ahorrando como dos años con la intención de comprar un buen instrumento. Por idiota, nunca cambié el dinero a dólares y me agarró la devaluación de 1995-96. Tuve que comprar una flauta de mucho menos valor que lo que había pensado originalmente, pero resultó ser un gran instrumento. Mi maestro de entonces tuvo oportunidad de probarla antes que yo y le pareció un excelente instrumento para el precio. La flauta llegó a mis manos gracias a varios amigos que sirvieron de mensajeros, el último de los cuales fue Ernesto Rosas, quien me dio la flauta en la Ciudad de México en el verano de 1996 cuando yo acababa de irme a vivir a Morelia. Tuve esa flauta por más de 12 años.
8. Los últimos años que toqué esa Yamaha del punto anterior, la toqué con una cabeza Brannen-Cooper que me regaló ni más ni menos que Claire Chase. Claire y yo hemos sido amigos cercanos desde la adolescencia, y como producto de esa amistad hay miles de historias que habría que contar en su momento. Me gustaba mucho tocar con esa cabeza. Era mucho más afinada y tenía mucho mejor respuesta que la cabeza original de la Yamaha. Claire me la regaló porque en algún momento ganó un concurso (uno de tantos que llegó a ganar) y el premio de dicho concurso era una cabeza muy sofisticada de oro (¿Faulisi?) y decidió regalarme la Brannen. Usé esa Brannen por mucho tiempo, hasta que el plato se desoldó. Años después, mi luthier de confianza, Andrés Olivares, la volvió a soldar, pero ya no me volví a sentir a gusto con ella.
9. Compré mi flauta alto en 2002 y mi flauta bajo en 2005, ambas, por teléfono y sin haberlas probado antes. Ambas son súper modestas (marca Júpiter). Grandes instrumentos. Ambas las sigo tocando.
10. Mi flauta bajo llegó por correo a principios de diciembre de 2005. Mi familia la recogió y la cruzó a Ensenada. Cuando llegué de la Ciudad de México, deseoso de probarla, me la encontré envuelta para regalo, al pie del árbol. Tuve que esperarme hasta Navidad para poder tocarla.
11. Lo máximo que he estado sin tocar flauta desde que empecé a tocar en 1990 han sido 13 días seguidos (sólo una vez).
12. Lo máximo que llegué a estudiar en horas fueron 6 diarias. Esa racha duró cerca de 2 años, tendría yo entre 19 y 21 años.
13. Tuve 6 maestros de flauta, todos ellos varones: 2 mexicanos, 2 rusos y 2 estadounidenses. Con el primero estudié 6 meses, con el segundo año y medio; con el tercero, cerca de 4 años; con el cuarto, alrededor de un año; con el quinto, cuatro años y con el sexto, dos años y medio. Con excepción de unos meses en 1994, nunca tuve más de un maestro a la vez.
14. No tengo un cálculo de cuántos alumnos de flauta he tenido. Conservadoramente diría que alrededor de 100. Empecé a dar clases de flauta faltando unas dos semanas para que cumpliera los 18 años. Lo más que he estado sin dar clases de flauta son unos cuantos meses, cuando recién me mudé a la Ciudad de México e intenté dar clases particulares, sin mucho éxito al principio. Después de un cierto tiempo, llegué a tener unos 3 o 4 alumnos, de los cuales sólo uno fue relativamente constante a lo largo de varios años (Sahé Orozco). Originalmente, mi changarro tenía nombre, se llamaba Estudio de Flauta Dragón Dormido.
15. Fui a varios festivales y cursos de flauta en mi juventud, pero nunca me fue particularmente bien. Aprendí cosas valiosas, eso sí. Algunas cosas importantes sobre tocar la flauta, especialmente de técnica general, las aprendí en esos cursos. También conocí a colegas muy valiosos. Pero lo más importante que aprendí es lo mezquino y triste que son no sólo esos festivales, sino en general la cultura chafísima y superficial que difunden y pregonan. Hace un par de años me invitaron a participar en un festival pequeño en San Diego y pude atestiguar que las cosas no han cambiado mucho.
16. Nunca participé en algún concurso o competencia. Nunca me interesó. Nunca he entendido cuál puede ser el atractivo de esa cultura.
17. Hace años que dejé de estar interesado en la idea de repertorio, pero sí que hay un puñado de obras para flauta que me parecen esenciales y que sugiero que toquen mis alumnos, si bien esto no es obligatorio ni mucho menos. Estas obras son: las Fantasías de Telemann, la Sonata en La menor de CPE Bach, alguna de las sonatas de JS Bach, alguno de los conciertos de Mozart, Syrinx, Density 21.5 y Sequenza. Es todo.
18. La obra que fue mi némesis por muchos años fue la Sonata de Poulenc. Cuando por fin la toqué ya mi cabeza estaba en otras cosas.
19. No hay ninguna obra que me haya quedado con las ganas de tocar. Hubo obras que en otras épocas me hubiera gustado tocar, pero ese deseo desapareció hace mucho tiempo. No son muchas.
20. Hubo obras que estuvieron en mi atril 10 o 15 años antes de que las pudiera tocar. Dos ejemplos son Sgothan, de James Dillon y el Dúo para flauta y guitarra de Ignacio Baca Lobera.
21. Participé en muy pocas audiciones. En ninguna lo hice mal, pero tampoco “gané”. Si consideramos mi examen de oposición en UCSD como una especie de audición, entonces esa es la excepción en toda mi carrera.
22. Si bien aprendí los rudimentos de Memo Portillo, cuando estudié con él en Morelia (al menos en teoría), la verdad es que desarrollé mi respiración circular prácticamente solo. Lo hice muy lentamente. Me tomó un año entero entender el mecanismo y otro año el poder adaptarlo a la flauta. En esa época estudiaba con John Fonville en San Diego. El día que pude hacerla por primera vez, iba yo en el trolley (tren) de la frontera a San Diego y me puse loco de alegría cuando por fin me salió. A pesar de que brinqué y grité de felicidad, nadie en el trolley me puso atención. San Diego es la capital mundial de los loquitos, así que pasé totalmente desapercibido.
23. La nota más larga que he tocado duró 20 minutos. Fue un Mi agudo en una versión que hicimos con la Generación Espontánea de una página del Treatise de Cornelius Cardew, en la Ciudad de México, en 2014. Era un concierto dentro del festival de homenaje a Christian Wolff por sus 80 años. El propio Wolff estaba tocando con nosotros, como invitado especial.
24. El recital más largo que he tocado fue el dedicado a una sola obra: “For Christian Wolff”, para flauta y piano, de Morton Feldman, a dúo con el tremendo José Luis Hurtado, en la Sala Carlos Chávez de la CDMX en el Festival Radar de 2011 (que además fue su última edición). Duró tres horas, sin parar.
25. Mis dos récords de temperatura los tiene, por supuesto, Mexicali. En 1994 di un concierto en un ejido a las afueras de Mexicali (no recuerdo el nombre del lugar) en un viejo salón de actos sin techo y con sólo tres paredes, estábamos a 47 C. En diciembre de 1998 di un recital a dúo con un pianista local (Eduardo Cota) en una iglesia. Salí a tocar con abrigo grueso. La temperatura adentro era de 0 C.
26. He tocado muy pocas veces en la calle. Recuerdo una vez en especial. Debe haber sido en 1991, en Tecate. Estaba yo calentando afuera del teatro antes de un concierto de orquesta juvenil o similar. Estaba tocando el Concierto en Sol, de Mozart. Un indigente, blanco, estadounidense, empujando un carrito de supermercado lleno de latas de aluminio, pasó a mi lado y me escuchó por varios minutos. Cuando terminé, me aplaudió y me gritó: ¡Mozart! Después me arrojó una moneda de 25 centavos gringos.
27. Sólo disfruté tocar en orquesta en el contexto de orquestas juveniles. Nunca en orquestas profesionales. Me parecía horrible. Una excepción a esto han sido algunos huesos de orquesta en Baja California, rodeado de un chingo de amigos y gente que aprecio mucho.
28. Originalmente, entré a tomar clases de flauta porque quería tocar jazz latino. (Eso no ha cambiado).
29. Tocar la flauta ha formado mi oído, memoria e imaginación musicales de muchas maneras. Mi música parte de escuchar líneas melódicas que se abren a futuros infinitos e impredecibles. Melodías como contornos, como iteraciones que producen heterofonías, como curvas de distribución de energía que viajan, envuelven, regresan. Mi oído armónico tiene mucho menos peso, y del ritmo mejor ni hablamos: está, pero es todavía más inestable. En mi imaginación, todo lo que toco son bellas melodías. No es mi culpa que mucha gente no esté de acuerdo, jajajajaja.
30. Tocar la flauta también me ha dejado parcialmente sordo. Era parte del gambito y, quizá de haberlo sabido, me hubiera protegido mejor. Ahora lo hago, pero la pérdida es irrecuperable. Con todo, no puedo decir que me arrepiento. Hay muchas cosas en este mundo que prefiero no oír. Pero no se me olvida escuchar. Eso nunca.
Thirty years playing the flute!
Wilfrido Terrazas
Siempre le doy la bienvenida a junio, bello y siempre arduo mes en el que me gusta celebrar. En este mes, la Generación Espontánea celebrará 14 años de vida y yo estoy celebrando 30 años de tocar la flauta traversa. No es que tuviera los grandes planes ni mucho menos, pero sí me hubiera gustado hacer algo para celebrar 30 años de carrera, claro que sí. No sé cuándo podré hacerlo, pero no será pronto. Con todo, me da gusto compartirles el hecho de que llegué hasta este momento: ¡30 años! Mis flautas han sido mis compañeras de vida de muchas maneras y estoy sumamente agradecido de poder dedicarme a algo que, lejos de haberme aburrido, me sigue fascinando y retando todos los días. Eso incluye la presente crisis, por supuesto.
Así que, para conmemorar este logro de alguna manera, les voy a poner aquí 30 datos/anécdotas curiosas de mi vida con la flauta y espero que tengan un lindo mes de junio, aunque todo en la realidad apunte a las duras adversidades a las que nos estamos enfrentando; algunas personas, obviamente, más que otras. Cuídense mucho y cuiden a los suyos, presencial y/o virtualmente. Les mando abrazos virtuales y espero que pronto puedan ser presenciales.
1. Hace años que decidí celebrar en junio, pero la verdad es que no recuerdo bien cuándo empecé a tocar la flauta, fue en la primavera o el verano de 1990, eso sí es seguro, pero pudo haber sido en mayo, junio o julio. En abril es poco probable. En agosto lo considero aún menos probable y en septiembre definitivamente no pudo haber sido.
2. La primera flauta que tuve en mis manos fue prestada, era un Artley, si no me equivoco. Era propiedad de la secundaria a la que iba (la Diurna 2 en Ensenada), y la tocaba un compañero de la escuela que tenía cero interés en ella. Vivía relativamente cerca de mi casa, y, un día, caminando por el rumbo, me lo encontré y me la prestó. Tuve esa flauta algunas semanas.
3. Al principio no podía producir sonido alguno en la flauta. Me llevó varios días tocar mi primera nota.
4. Mi primera flauta fue una Yamaha súper sencilla, que además estaba completamente destartalada. La encontré en Los Globos (el más célebre de los mercados de pulgas que hay en Ensenada) y costó 80,000 viejos pesos, que mi jefa pidió prestados a una amiga suya, por cierto, porque no teníamos dinero. No recuerdo como a cuánto equivaldría esa cantidad actualmente, ¿quizá mil pesos? ¿500?
5. Esa primera flauta tenía miles de problemas y no podía tocar ni una nota en ella. Por fortuna, conocía a otro chavo que tocaba la flauta y cuyo padre era músico y sabía arreglar instrumentos de viento. El señor, súper buena onda, no me cobró ni un centavo y me dejó la flauta en condiciones para poder empezar a tocar. La flauta, por cierto, no tenía estuche, pero un carpintero que mi jefa conocía nos diseñó y construyó uno muy simpático y con eso sobreviví mis primeros tiempos.
6. Mi primer piccolo fue un instrumento noble y que me sacó de mil apuros, si bien era súper desafinado y era imposible tocar piano en su registro agudo. No recuerdo de qué marca era (¿Artley?). Hasta donde yo sé, fue el primer piccolo que alguien tocó en orquestas juveniles en Baja California, aunque obviamente no hay manera de saber eso a ciencia cierta. Lo cambié en una tienda en el centro de San Diego por mi primera flauta y unos 100 dólares más en 1993 si no recuerdo mal.
7. Mi tercera flauta fue otra Yamaha para la que estuve ahorrando como dos años con la intención de comprar un buen instrumento. Por idiota, nunca cambié el dinero a dólares y me agarró la devaluación de 1995-96. Tuve que comprar una flauta de mucho menos valor que lo que había pensado originalmente, pero resultó ser un gran instrumento. Mi maestro de entonces tuvo oportunidad de probarla antes que yo y le pareció un excelente instrumento para el precio. La flauta llegó a mis manos gracias a varios amigos que sirvieron de mensajeros, el último de los cuales fue Ernesto Rosas, quien me dio la flauta en la Ciudad de México en el verano de 1996 cuando yo acababa de irme a vivir a Morelia. Tuve esa flauta por más de 12 años.
8. Los últimos años que toqué esa Yamaha del punto anterior, la toqué con una cabeza Brannen-Cooper que me regaló ni más ni menos que Claire Chase. Claire y yo hemos sido amigos cercanos desde la adolescencia, y como producto de esa amistad hay miles de historias que habría que contar en su momento. Me gustaba mucho tocar con esa cabeza. Era mucho más afinada y tenía mucho mejor respuesta que la cabeza original de la Yamaha. Claire me la regaló porque en algún momento ganó un concurso (uno de tantos que llegó a ganar) y el premio de dicho concurso era una cabeza muy sofisticada de oro (¿Faulisi?) y decidió regalarme la Brannen. Usé esa Brannen por mucho tiempo, hasta que el plato se desoldó. Años después, mi luthier de confianza, Andrés Olivares, la volvió a soldar, pero ya no me volví a sentir a gusto con ella.
9. Compré mi flauta alto en 2002 y mi flauta bajo en 2005, ambas, por teléfono y sin haberlas probado antes. Ambas son súper modestas (marca Júpiter). Grandes instrumentos. Ambas las sigo tocando.
10. Mi flauta bajo llegó por correo a principios de diciembre de 2005. Mi familia la recogió y la cruzó a Ensenada. Cuando llegué de la Ciudad de México, deseoso de probarla, me la encontré envuelta para regalo, al pie del árbol. Tuve que esperarme hasta Navidad para poder tocarla.
11. Lo máximo que he estado sin tocar flauta desde que empecé a tocar en 1990 han sido 13 días seguidos (sólo una vez).
12. Lo máximo que llegué a estudiar en horas fueron 6 diarias. Esa racha duró cerca de 2 años, tendría yo entre 19 y 21 años.
13. Tuve 6 maestros de flauta, todos ellos varones: 2 mexicanos, 2 rusos y 2 estadounidenses. Con el primero estudié 6 meses, con el segundo año y medio; con el tercero, cerca de 4 años; con el cuarto, alrededor de un año; con el quinto, cuatro años y con el sexto, dos años y medio. Con excepción de unos meses en 1994, nunca tuve más de un maestro a la vez.
14. No tengo un cálculo de cuántos alumnos de flauta he tenido. Conservadoramente diría que alrededor de 100. Empecé a dar clases de flauta faltando unas dos semanas para que cumpliera los 18 años. Lo más que he estado sin dar clases de flauta son unos cuantos meses, cuando recién me mudé a la Ciudad de México e intenté dar clases particulares, sin mucho éxito al principio. Después de un cierto tiempo, llegué a tener unos 3 o 4 alumnos, de los cuales sólo uno fue relativamente constante a lo largo de varios años (Sahé Orozco). Originalmente, mi changarro tenía nombre, se llamaba Estudio de Flauta Dragón Dormido.
15. Fui a varios festivales y cursos de flauta en mi juventud, pero nunca me fue particularmente bien. Aprendí cosas valiosas, eso sí. Algunas cosas importantes sobre tocar la flauta, especialmente de técnica general, las aprendí en esos cursos. También conocí a colegas muy valiosos. Pero lo más importante que aprendí es lo mezquino y triste que son no sólo esos festivales, sino en general la cultura chafísima y superficial que difunden y pregonan. Hace un par de años me invitaron a participar en un festival pequeño en San Diego y pude atestiguar que las cosas no han cambiado mucho.
16. Nunca participé en algún concurso o competencia. Nunca me interesó. Nunca he entendido cuál puede ser el atractivo de esa cultura.
17. Hace años que dejé de estar interesado en la idea de repertorio, pero sí que hay un puñado de obras para flauta que me parecen esenciales y que sugiero que toquen mis alumnos, si bien esto no es obligatorio ni mucho menos. Estas obras son: las Fantasías de Telemann, la Sonata en La menor de CPE Bach, alguna de las sonatas de JS Bach, alguno de los conciertos de Mozart, Syrinx, Density 21.5 y Sequenza. Es todo.
18. La obra que fue mi némesis por muchos años fue la Sonata de Poulenc. Cuando por fin la toqué ya mi cabeza estaba en otras cosas.
19. No hay ninguna obra que me haya quedado con las ganas de tocar. Hubo obras que en otras épocas me hubiera gustado tocar, pero ese deseo desapareció hace mucho tiempo. No son muchas.
20. Hubo obras que estuvieron en mi atril 10 o 15 años antes de que las pudiera tocar. Dos ejemplos son Sgothan, de James Dillon y el Dúo para flauta y guitarra de Ignacio Baca Lobera.
21. Participé en muy pocas audiciones. En ninguna lo hice mal, pero tampoco “gané”. Si consideramos mi examen de oposición en UCSD como una especie de audición, entonces esa es la excepción en toda mi carrera.
22. Si bien aprendí los rudimentos de Memo Portillo, cuando estudié con él en Morelia (al menos en teoría), la verdad es que desarrollé mi respiración circular prácticamente solo. Lo hice muy lentamente. Me tomó un año entero entender el mecanismo y otro año el poder adaptarlo a la flauta. En esa época estudiaba con John Fonville en San Diego. El día que pude hacerla por primera vez, iba yo en el trolley (tren) de la frontera a San Diego y me puse loco de alegría cuando por fin me salió. A pesar de que brinqué y grité de felicidad, nadie en el trolley me puso atención. San Diego es la capital mundial de los loquitos, así que pasé totalmente desapercibido.
23. La nota más larga que he tocado duró 20 minutos. Fue un Mi agudo en una versión que hicimos con la Generación Espontánea de una página del Treatise de Cornelius Cardew, en la Ciudad de México, en 2014. Era un concierto dentro del festival de homenaje a Christian Wolff por sus 80 años. El propio Wolff estaba tocando con nosotros, como invitado especial.
24. El recital más largo que he tocado fue el dedicado a una sola obra: “For Christian Wolff”, para flauta y piano, de Morton Feldman, a dúo con el tremendo José Luis Hurtado, en la Sala Carlos Chávez de la CDMX en el Festival Radar de 2011 (que además fue su última edición). Duró tres horas, sin parar.
25. Mis dos récords de temperatura los tiene, por supuesto, Mexicali. En 1994 di un concierto en un ejido a las afueras de Mexicali (no recuerdo el nombre del lugar) en un viejo salón de actos sin techo y con sólo tres paredes, estábamos a 47 C. En diciembre de 1998 di un recital a dúo con un pianista local (Eduardo Cota) en una iglesia. Salí a tocar con abrigo grueso. La temperatura adentro era de 0 C.
26. He tocado muy pocas veces en la calle. Recuerdo una vez en especial. Debe haber sido en 1991, en Tecate. Estaba yo calentando afuera del teatro antes de un concierto de orquesta juvenil o similar. Estaba tocando el Concierto en Sol, de Mozart. Un indigente, blanco, estadounidense, empujando un carrito de supermercado lleno de latas de aluminio, pasó a mi lado y me escuchó por varios minutos. Cuando terminé, me aplaudió y me gritó: ¡Mozart! Después me arrojó una moneda de 25 centavos gringos.
27. Sólo disfruté tocar en orquesta en el contexto de orquestas juveniles. Nunca en orquestas profesionales. Me parecía horrible. Una excepción a esto han sido algunos huesos de orquesta en Baja California, rodeado de un chingo de amigos y gente que aprecio mucho.
28. Originalmente, entré a tomar clases de flauta porque quería tocar jazz latino. (Eso no ha cambiado).
29. Tocar la flauta ha formado mi oído, memoria e imaginación musicales de muchas maneras. Mi música parte de escuchar líneas melódicas que se abren a futuros infinitos e impredecibles. Melodías como contornos, como iteraciones que producen heterofonías, como curvas de distribución de energía que viajan, envuelven, regresan. Mi oído armónico tiene mucho menos peso, y del ritmo mejor ni hablamos: está, pero es todavía más inestable. En mi imaginación, todo lo que toco son bellas melodías. No es mi culpa que mucha gente no esté de acuerdo, jajajajaja.
30. Tocar la flauta también me ha dejado parcialmente sordo. Era parte del gambito y, quizá de haberlo sabido, me hubiera protegido mejor. Ahora lo hago, pero la pérdida es irrecuperable. Con todo, no puedo decir que me arrepiento. Hay muchas cosas en este mundo que prefiero no oír. Pero no se me olvida escuchar. Eso nunca.
Thirty years playing the flute!