La presente entrevista fue realizada entre agosto y octubre de 2017 y originó un generoso texto de Estefanía Ibánez, que fue publicado en el blog Acordes y Desacordes de la revista Nexos. Sin embargo, la entrevista cubre muchos más temas de los que pueden caber en un texto pequeño y creo que vale la pena reproducirla aquí en su versión original. Muchas gracias a Estefanía :)
Wilfrido Terrazas
Entrevista por Estefanía Ibáñez
Agosto-Octubre de 2017
Háblame de tu historia musical ¿cómo iniciaste y dónde?
- Mi historia es larga, hace más de treinta años que hago música. Mis primeros contactos con ella sucedieron en la secundaria, en la Diurna 2 en Ensenada, cuando tenía 12 años. En esa escuela empecé a tocar flauta dulce, como parte de la clase de música. También descubrí que me gustaba cantar. Después toqué un poco de marimba chiapaneca en la orquesta de música popular que ahí había. En esa orquesta había un par de compañeros que tocaban la flauta traversa, que me interesó inmediatamente, pero pasaron unos años antes de que me animara a tocarla. Ya estando en la prepa, mantuve contacto con uno de esos compañeros de la secundaria, que me prestó su flauta unas semanas durante el verano de 1990, cuando tenía yo 15 años. En ese mismo verano encontré una flauta en Los Globos, el más famoso de los mercados de pulgas de Ensenada, y poco después empecé a estudiar en el Centro de Estudios Musicales (CEM) de la UABC, que por entonces era un tallercito de tres salones en las calles de Espinosa y Sexta. Unos meses después de que empecé en el CEM, sucedió que se fundó la Orquesta de Baja California, que, quizá mucha gente no lo sepa ahora, inició en Ensenada. Este hecho cambió diametralmente el panorama para un grupo de jóvenes del que yo formaba parte, un grupo que en ese momento empezábamos a estudiar música. Podemos decir que fuimos la primera generación de estudiantes de música de Baja California. No es que no haya habido otros estudiantes antes que nosotros, pero creo que sí fuimos los primeros que se vieron a sí mismos como una generación y como tal enfrentamos muchos retos. Teníamos muchas ganas de aprender. Lo que no teníamos era una escuela formal, pero esa ya es otra historia que habría que contar en otro momento. En fin, después de estudiar un par de años en el CEM, estuve unos años yendo y viniendo entre Ensenada, donde ya empezaba a dar clases; Tijuana, en donde estudiaba algunas materias musicales; y San Diego, a donde empecé a ir en 1992, primero a tocar en orquestas juveniles y posteriormente a tomar clases de flauta con el que yo considero que fue mi primer verdadero maestro de flauta y el más importante de todos: Damian Bursill-Hall, quien por aquellos años era el flautista principal de la Sinfónica de San Diego. Esos fueron mis inicios. Ya después me fui a Morelia a estudiar en el Conservatorio de las Rosas, en donde estuve entre 1996 y 2000, ahí mi maestro principal fue Guillermo Portillo. Cuando me gradué de la licenciatura regresé dos años y medio a Ensenada y seguí estudiando en San Diego, aunque ahora con John Fonville, quien recientemente se acaba de jubilar de la Universidad de California en San Diego. Después me fui a vivir a la Ciudad de México. He tocado la flauta por más de 27 años.
¿Cuándo decidiste que la música sería parte fundamental de tu vida?
-Creo que no hubo un momento exacto. Simplemente, cuando terminé la preparatoria, vi que estaba demasiado metido en la música y, alentado por todo lo que estaba pasando a mi alrededor, decidí entrarle de manera total para ver qué pasaba. En retrospectiva, creo que me consideré músico desde el principio. Siempre pensé que si lo de la música fallaba, podía estudiar otra cosa, alguna otra carrera. Pero nunca sucedió. Si bien tuve muchos tropezones, nunca consideré seriamente dejar la música.
Respecto a tu estancia en la Ciudad de México, platícame ¿cómo fue? ¿cómo llegaste y qué proyectos realizaste durante ese tiempo?
-Estuve basado en la Ciudad de México por 14 años y medio. Pasé por muchas cosas, pero básicamente puedo decir que fue allá donde construí mi carrera profesional como tal. Llegué al DF a principios de 2003 y estuve desempleado por un año y medio. Al principio fue muy difícil encontrar chamba, pues nadie me conocía y recuerdo que fui a pedir trabajo a muchos lugares, sin éxito alguno. Pero pude sobrevivir al principio en parte porque llegué con una beca del FONCA que me duró unos meses y en parte por algunos trabajos temporales, como ser maestro con la Orquesta Sinfónica Infantil de México, que me contrataba dos veces al año. Ya después trabajé como maestro en el Sistema Nacional de Fomento Musical, y más recientemente en el Conservatorio de las Rosas y la Escuela Superior de Música del INBA, además de estar becado en algún momento por la UNAM y, varias veces, por el FONCA. Siempre he balanceado mis trabajos fijos (en la docencia) con mi actividad artística que es fundamentalmente de freelancer. En la CDMX fui aprendiendo poco a poco a hacer funcionar este ritmo de trabajo. Fue así que a lo largo de los años hice muchos proyectos de muchos tipos. Entre los más cercanos a mi corazón están el fundar la Generación Espontánea, un colectivo mexicano de improvisación libre que recientemente cumplió 11 años de actividad; o tocar en el ensamble Liminar o el trío Filera; además de haber grabado tres discos solistas y cerca de treinta de otros diversos proyectos; más muchas colaboraciones, festivales, giras por todo México y por otros 14 países de América y Europa, residencias artísticas, cientos de estrenos mundiales y proyectos interdisciplinarios. Es difícil resumir tantos años de trabajo en unas líneas…
¿Cómo surgió tu faceta de docente? ¿En qué lugares impartías clases?
-Empecé a dar clases casi por accidente, cuando en 1992 el maestro con el que había estado estudiando como por un año y medio, y que fuera el primer flautista que tuvo la OBC, fue despedido y se tuvo que ir de Baja California. Se llamaba Vladimir Fateev. Yo era su alumno más avanzado, así que se decidió (ni siquiera me preguntaron) que yo tomara los alumnos que tenía él en el CEM. Faltaban como tres semanas para que cumpliera los 18 años cuando inicié mi labor docente. He sido maestro por más de 25 años. Me encanta ser músico y debo decir que nunca he trabajado en nada fuera de la música. A diferencia de la enorme mayoría de mis colegas, nunca fui mesero ni empleado de mostrador. Pero desde el principio me quedó claro que mi vocación docente es aún más fuerte que mi vocación artística. Disfruto mucho dar clases y para mí, ser músico y ser maestro son la misma cosa, dos lados inseparables de la misma actividad. He trabajado en muchas instituciones y proyectos educativos musicales en México, y ya mencioné las más importantes en la respuesta anterior.
Regresas unas semanas a Ensenada para posteriormente establecerte en Estados Unidos y ser docente de una de las instituciones más prestigiadas de ese país, cuéntame ¿cómo se dio esa conexión y qué clases ofrecerás?
-Se trata de un puesto de tiempo completo en la Universidad de California en San Diego (UCSD), que me contrata para ser el maestro de flauta de la institución, aunque también impartiré seminarios teóricos y prácticos tanto de música clásica como de música experimental e improvisación. Mi historia con UCSD es curiosa. Desde adolescente he admirado esa escuela, en la que yo siempre soñé estudiar, pero nunca pude. UCSD es una auténtica meca de la música contemporánea, por la que han desfilado personalidades de primer orden de importancia a nivel mundial. Pauline Oliveros, Brian Ferneyhough y George Lewis, por dar sólo tres nombres, han sido profesores ahí. La lista de invitados especiales que han pasado por sus aulas incluye a Iannis Xenakis y John Cage. Es un lugar en donde por décadas se han cultivado la experimentación, la interdisciplina, la apertura y la vanguardia tecnológica y estética. Hay muy pocos lugares así en el mundo. Y resulta que está aquí cruzando, “nomás tras lomita”, como decimos en México. Empecé a curiosear en su famosa biblioteca cuando tenía 17 años y pasé en ella incontables horas. En UCSD presencié varios de los conciertos más importantes de mi vida, como la primera vez que vi al Cuarteto Arditti o al Cuarteto Kronos. Años después, estudié de forma privada con John Fonville, admirado pionero de la flauta contemporánea y maestro legendario de UCSD, quien me daba clases en su cubículo de la universidad. En fin, UCSD siempre ha sido un lugar preciado para mí. Cuando John decidió jubilarse el año pasado, se abrió un concurso de oposición para ocupar su plaza. Después de pensarlo mucho, y al ver que el perfil que se solicitaba era compatible conmigo, decidí postularme, aunque, honestamente, no creí que tuviera ninguna oportunidad de ganar. El proceso duró cerca de un año y atrajo a más de cien flautistas de todos lados. Finalmente, no sé cómo, pero gané el concurso y me ofrecieron el trabajo, que acepté con todo gusto. Yo ya tenía algún tiempo pensando cómo hacerle para regresarme a esta región. Esta manera nunca la imaginé, pero es más que bienvenida.
¿Naciste para ser músico?
-No lo sé. Mis habilidades naturales para la música son buenas pero de ninguna manera extraordinarias. Soy tenaz, disciplinado y muy paciente, eso sí. Creo que, si nací para algo, es para ser maestro. Ser maestro de música es algo muy especial.
¿Qué es lo que te provoca y deja la música en tu vida?
-Podría intentar contestar esa pregunta sin acabar nunca. Así que mejor diré que la música, o más bien, hacerla, es la estructura fundamental de mi vida y la manera en la que me relaciono con el mundo. Pocas cosas hay en mi vida que no tengan que ver con ella.
Actualmente ¿a qué grupos perteneces? Con una frase, describe lo que significan para ti.
-Algunos ya los he mencionado. La Generación Espontánea, quizá el proyecto más querido para mí. Un selecto club de gente desparpajada e indómita. Magia, magia pura.
Filera, el trío que tengo con Carmina Escobar y Natalia Pérez. El proyecto más fresco e inclasificable al que pertenezco.
Liminar, el ensamble más aguerrido de la música contemporánea en México.
Mi dúo con el artista multimedia Yair López: escudo(torre). Un proyecto ruidoso, áspero, pero con mucho corazón.
Y un proyecto muy ensenadense: el Wilfrido Terrazas Sea Quintet. Mi lado jazzero, un taller de renovación personal y de mucho aprendizaje.
¿Cuál consideras que es la función de la música?
-Hay una infinidad de libros y tesis de gente que sabe mucho más que yo que pueden contestar esa pregunta. La música sirve para muchas cosas, aunque la mayoría de la gente no lo entienda o no lo quiera admitir. La música es parte integral de nuestras vidas, desde que nacemos hasta que morimos. Lo ha sido desde siempre y lo será hasta el fin de la especie humana.
¿Las demás disciplinas del arte influyen en ti para hacer música?
-Sí, todas, pero en particular la literatura. Mi amor por la literatura es total y es lo único que precede en mi vida a la música. Si no hubiera sido músico hubiera estudiado letras y hubiera querido ser escritor. Para hacer música me influye mucho la poesía, que leo con especial pasión e interés. Pero muchas cosas me influyen, no solamente las artes. Me interesan muchos fenómenos naturales y humanos. La música es una metáfora de la vida. Hay música en el viento, en las nubes, en el mar, en caminar, volar, respirar, dormir. Donde hay movimiento, hay música.
Platícame cómo es tu proceso de composición.
-Algunos detalles importantes pueden cambiar dependiendo de qué proyecto se trate, pero de manera general puedo decir que cada pieza se va formando en mi cabeza a su propio ritmo. Nunca las apuro ni las fuerzo a salir. Algunas se definen pronto, a otras les toma más tiempo. Cuando están más o menos definidas, paso a trabajar en el papel. Primero dibujo gráficas de distribución de energía que describen los posibles comportamientos de la música. Después paso a elaborar una partitura parecida a las tradicionales, aunque con diferencias importantes que se han ido estableciendo en mis composiciones recientes, digamos de los últimos 5 o 6 años. A veces checo sonoridades con la flauta o al piano, pero no siempre. Mis piezas recientes no son obras “terminadas”. Mis partituras parecen más bien mapas, son similares al planteamiento de ciertos videojuegos, con muchas posibilidades de interpretación, y que plantean la necesidad de ser exploradas a través de la improvisación.
¿Consideras importante el estudio académico para poder ser músico?
-Sólo si se quiere ser un músico académico (lo que cada quien entienda por eso). En mi opinión, lo que es importante es tener una formación sólida, que esté inmersa hasta el tuétano en una o varias culturas musicales. Considero que sólo se puede ser realmente creativo e innovar si lo haces desde adentro. La creatividad viene de la comprensión del pasado y del presente de la cultura musical en la que has crecido como músico. Esto se traduce en la comprensión de las revoluciones que han hecho de esa cultura musical algo que se mantiene vivo. Para revolucionar en el bolero, necesitas conocer profundamente la cultura musical del bolero. Lo mismo para el tango. O el son de arpa grande. O el jazz. O la improvisación libre. O lo que sea. (Obviamente hay otros elementos en la mezcla, pero este es un aspecto de primera importancia…).
¿Qué planes o proyectos siguen para ti?
-Mis planes inmediatos están de entrada sujetos al proceso de adaptación a la nueva (vieja) geografía y a la nueva situación laboral. La idea es seguir haciendo cosas con mis grupos que ya mencioné, en la medida de lo posible, y poco a poco ir gestando más proyectos acá en la región de las dos Californias. Por lo pronto, el primer disco del WT Sea Quintet está por salir, y cuando llegue lo gritaremos a los cuatro vientos. Seguiré trabajando además con la gente linda del Colectivo La Covacha en la organización de la Semana de Improvisación en Ensenada, que tendrá su quinta edición en enero de 2018. Ahora que ya estaré por acá la mayor parte del tiempo, espero seguir contando con el apoyo de mis paisanos ensenadenses y veremos qué tantas cosas podemos hacer juntos.
¿Qué opinas sobre la improvisación y espontaneidad?
-La improvisación es otro tema amplísimo, que podría tomarnos la vida entera. De hecho, la vida, no entera, pero sí en su mayoría, es improvisación. Todos somos expertos improvisadores en la vida, pues improvisar es lo que hacemos cada que conversamos con alguien, cada que salimos a caminar, cada vez que damos una clase, cada vez que vamos a una fiesta, etc. La improvisación es una característica fundamental de la vida humana, y, como todo lo que requiere de un desarrollo de habilidades, se aprende a base de práctica. En México, curiosamente, el verbo improvisar se usa como sinónimo de hacer las cosas mal. Esta idea es absurda y emana de una confusión fundamental. Improvisar no es ser irresponsable, inepto o mediocre. Improvisar es todo lo contrario. Improvisar es hacer las cosas bien, sólo que en tiempo real, ya sea con bastante, poca o nula planeación. Un improvisador es aquella persona que conoce tan bien su oficio, que puede crear soluciones a cualquier problema en tiempo real. Esto lo logra con intuición, entrenamiento, experiencia, pericia, solvencia y creatividad. En el ámbito de la improvisación musical, ser un improvisador experimentado es una de las cosas más difíciles de lograr y a uno le toma muchos años de aprendizaje.
¿Puedes mencionar en la música cómo llevas a cabo la improvisación?
Cuando la improvisación musical está inserta en un marco de referencia específico, digamos, como dentro del jazz, es el propio marco el que te da las herramientas para improvisar. A este hecho, Derek Bailey, un gran improvisador británico, le llamó “improvisación idiomática”. Cuando, por el contrario, no existe un marco de referencia así de claro, Bailey sugirió el término “improvisación no idiomática”. Ese es el tipo de improvisación que yo practico más frecuentemente. También le llamamos “improvisación libre”. Lo que sucede en este caso es que el improvisador se acerca a la música con lo que llamo un mundo sonoro personal, que ha ido construyendo durante todo el tiempo que ha improvisado en la vida. Un mundo sonoro personal es un cúmulo de sonidos, gestos, recursos, ideas, instrumentos y habilidades de escucha, reacción, adaptación, que cada improvisador trae consigo todo el tiempo cuando improvisa. Los mundos sonoros son cambiantes, fluidos, inestables y se nutren de muy diversas experiencias. Lo que hacemos los improvisadores es utilizarlos, tomando decisiones en tiempo real para construir una música de creación colectiva, que sea interesante de escuchar. Lo que usualmente ocurre es que tu mundo sonoro personal se relaciona o se fusiona de muchas maneras con los mundos sonoros de los demás improvisadores, del público y del entorno sonoro del lugar en donde se esté llevando a cabo la improvisación. Los procedimientos específicos en los que esto pueda ocurrir serán tan variados como lo sean los mundos sonoros de los participantes en el acto musical. Todo esto plantea una respuesta muy general a tu pregunta, que, sin embargo, pareciera ignorar la magia que frecuentemente acompaña a la música improvisada. No es esa mi intención. Amarre, química, magia, como se le quiera llamar. “Eso” que es difícil de describir pero que todo mundo siente y percibe cuando algo especial está sucediendo en el escenario. Es un intercambio de energía entre los improvisadores y el público, el catalizador más importante…pero es un tanto absurdo tratar de explicar eso con palabras, es mucho mejor experimentarlo en vivo en los conciertos.
¿Con qué pieza alcanzaste o alcanzas el máximo nivel interpretativo?
-No sé, no pienso en esos términos. Digamos que como intérprete siempre me esfuerzo en hacer lo mejor que puedo, pero obviamente hay algunas piezas que me salen mejor que otras. Quizá con las que mejor me he sentido son algunas de las piezas que han sido escritas para mí por varios de los compositores con los que he colaborado por mucho tiempo, como Ignacio Baca Lobera, Iván Naranjo, Hiram Navarrete o Mauricio Rodríguez.
Por último, ¿qué músicos admiras?
-Admiro a miles de músicos. Tratar de hacer una lista exhaustiva sería muy complicado. Entre los que creo que han influido más en mi trabajo algunos son muy obvios, como Iannis Xenakis, Edgard Varèse, György Ligeti, John Cage, Eric Dolphy, Evan Parker o los músicos de la AACM. Recientemente he estado pensando mucho en la música de Charles Ives también. Pero quizá las influencias más importantes para mí han venido de músicos que no sólo admiro muchísimo, sino que también los he conocido de cerca y trabajado con ellos, como Claire Chase, Ignacio Baca Lobera, Roscoe Mitchell, Wade Matthews, Katt Hernandez, Stephanie Griffin, Andrew Drury o mis colegas de la Generación Espontánea. Para terminar, me gustaría mencionar lo importante que es para mí el escuchar música de todas las culturas y de todas las épocas. En particular, me cautivan las tradiciones de ejecución de instrumentos de viento de muchos lugares del mundo. El bánsuri de la India, el daegum de Corea, el dizi chino, el clarinete y la floghera griegos, las dobles cañas del Norte de África y del Sureste de Asia, las flautas japonesas, las flautas de carrizo mexicanas, y muchísimas más. Soy consciente de pertenecer a una gran hermandad de gente que va por la vida soplando, y eso me inspira y me mantiene, espero, coherente.
Wilfrido Terrazas
Entrevista por Estefanía Ibáñez
Agosto-Octubre de 2017
Háblame de tu historia musical ¿cómo iniciaste y dónde?
- Mi historia es larga, hace más de treinta años que hago música. Mis primeros contactos con ella sucedieron en la secundaria, en la Diurna 2 en Ensenada, cuando tenía 12 años. En esa escuela empecé a tocar flauta dulce, como parte de la clase de música. También descubrí que me gustaba cantar. Después toqué un poco de marimba chiapaneca en la orquesta de música popular que ahí había. En esa orquesta había un par de compañeros que tocaban la flauta traversa, que me interesó inmediatamente, pero pasaron unos años antes de que me animara a tocarla. Ya estando en la prepa, mantuve contacto con uno de esos compañeros de la secundaria, que me prestó su flauta unas semanas durante el verano de 1990, cuando tenía yo 15 años. En ese mismo verano encontré una flauta en Los Globos, el más famoso de los mercados de pulgas de Ensenada, y poco después empecé a estudiar en el Centro de Estudios Musicales (CEM) de la UABC, que por entonces era un tallercito de tres salones en las calles de Espinosa y Sexta. Unos meses después de que empecé en el CEM, sucedió que se fundó la Orquesta de Baja California, que, quizá mucha gente no lo sepa ahora, inició en Ensenada. Este hecho cambió diametralmente el panorama para un grupo de jóvenes del que yo formaba parte, un grupo que en ese momento empezábamos a estudiar música. Podemos decir que fuimos la primera generación de estudiantes de música de Baja California. No es que no haya habido otros estudiantes antes que nosotros, pero creo que sí fuimos los primeros que se vieron a sí mismos como una generación y como tal enfrentamos muchos retos. Teníamos muchas ganas de aprender. Lo que no teníamos era una escuela formal, pero esa ya es otra historia que habría que contar en otro momento. En fin, después de estudiar un par de años en el CEM, estuve unos años yendo y viniendo entre Ensenada, donde ya empezaba a dar clases; Tijuana, en donde estudiaba algunas materias musicales; y San Diego, a donde empecé a ir en 1992, primero a tocar en orquestas juveniles y posteriormente a tomar clases de flauta con el que yo considero que fue mi primer verdadero maestro de flauta y el más importante de todos: Damian Bursill-Hall, quien por aquellos años era el flautista principal de la Sinfónica de San Diego. Esos fueron mis inicios. Ya después me fui a Morelia a estudiar en el Conservatorio de las Rosas, en donde estuve entre 1996 y 2000, ahí mi maestro principal fue Guillermo Portillo. Cuando me gradué de la licenciatura regresé dos años y medio a Ensenada y seguí estudiando en San Diego, aunque ahora con John Fonville, quien recientemente se acaba de jubilar de la Universidad de California en San Diego. Después me fui a vivir a la Ciudad de México. He tocado la flauta por más de 27 años.
¿Cuándo decidiste que la música sería parte fundamental de tu vida?
-Creo que no hubo un momento exacto. Simplemente, cuando terminé la preparatoria, vi que estaba demasiado metido en la música y, alentado por todo lo que estaba pasando a mi alrededor, decidí entrarle de manera total para ver qué pasaba. En retrospectiva, creo que me consideré músico desde el principio. Siempre pensé que si lo de la música fallaba, podía estudiar otra cosa, alguna otra carrera. Pero nunca sucedió. Si bien tuve muchos tropezones, nunca consideré seriamente dejar la música.
Respecto a tu estancia en la Ciudad de México, platícame ¿cómo fue? ¿cómo llegaste y qué proyectos realizaste durante ese tiempo?
-Estuve basado en la Ciudad de México por 14 años y medio. Pasé por muchas cosas, pero básicamente puedo decir que fue allá donde construí mi carrera profesional como tal. Llegué al DF a principios de 2003 y estuve desempleado por un año y medio. Al principio fue muy difícil encontrar chamba, pues nadie me conocía y recuerdo que fui a pedir trabajo a muchos lugares, sin éxito alguno. Pero pude sobrevivir al principio en parte porque llegué con una beca del FONCA que me duró unos meses y en parte por algunos trabajos temporales, como ser maestro con la Orquesta Sinfónica Infantil de México, que me contrataba dos veces al año. Ya después trabajé como maestro en el Sistema Nacional de Fomento Musical, y más recientemente en el Conservatorio de las Rosas y la Escuela Superior de Música del INBA, además de estar becado en algún momento por la UNAM y, varias veces, por el FONCA. Siempre he balanceado mis trabajos fijos (en la docencia) con mi actividad artística que es fundamentalmente de freelancer. En la CDMX fui aprendiendo poco a poco a hacer funcionar este ritmo de trabajo. Fue así que a lo largo de los años hice muchos proyectos de muchos tipos. Entre los más cercanos a mi corazón están el fundar la Generación Espontánea, un colectivo mexicano de improvisación libre que recientemente cumplió 11 años de actividad; o tocar en el ensamble Liminar o el trío Filera; además de haber grabado tres discos solistas y cerca de treinta de otros diversos proyectos; más muchas colaboraciones, festivales, giras por todo México y por otros 14 países de América y Europa, residencias artísticas, cientos de estrenos mundiales y proyectos interdisciplinarios. Es difícil resumir tantos años de trabajo en unas líneas…
¿Cómo surgió tu faceta de docente? ¿En qué lugares impartías clases?
-Empecé a dar clases casi por accidente, cuando en 1992 el maestro con el que había estado estudiando como por un año y medio, y que fuera el primer flautista que tuvo la OBC, fue despedido y se tuvo que ir de Baja California. Se llamaba Vladimir Fateev. Yo era su alumno más avanzado, así que se decidió (ni siquiera me preguntaron) que yo tomara los alumnos que tenía él en el CEM. Faltaban como tres semanas para que cumpliera los 18 años cuando inicié mi labor docente. He sido maestro por más de 25 años. Me encanta ser músico y debo decir que nunca he trabajado en nada fuera de la música. A diferencia de la enorme mayoría de mis colegas, nunca fui mesero ni empleado de mostrador. Pero desde el principio me quedó claro que mi vocación docente es aún más fuerte que mi vocación artística. Disfruto mucho dar clases y para mí, ser músico y ser maestro son la misma cosa, dos lados inseparables de la misma actividad. He trabajado en muchas instituciones y proyectos educativos musicales en México, y ya mencioné las más importantes en la respuesta anterior.
Regresas unas semanas a Ensenada para posteriormente establecerte en Estados Unidos y ser docente de una de las instituciones más prestigiadas de ese país, cuéntame ¿cómo se dio esa conexión y qué clases ofrecerás?
-Se trata de un puesto de tiempo completo en la Universidad de California en San Diego (UCSD), que me contrata para ser el maestro de flauta de la institución, aunque también impartiré seminarios teóricos y prácticos tanto de música clásica como de música experimental e improvisación. Mi historia con UCSD es curiosa. Desde adolescente he admirado esa escuela, en la que yo siempre soñé estudiar, pero nunca pude. UCSD es una auténtica meca de la música contemporánea, por la que han desfilado personalidades de primer orden de importancia a nivel mundial. Pauline Oliveros, Brian Ferneyhough y George Lewis, por dar sólo tres nombres, han sido profesores ahí. La lista de invitados especiales que han pasado por sus aulas incluye a Iannis Xenakis y John Cage. Es un lugar en donde por décadas se han cultivado la experimentación, la interdisciplina, la apertura y la vanguardia tecnológica y estética. Hay muy pocos lugares así en el mundo. Y resulta que está aquí cruzando, “nomás tras lomita”, como decimos en México. Empecé a curiosear en su famosa biblioteca cuando tenía 17 años y pasé en ella incontables horas. En UCSD presencié varios de los conciertos más importantes de mi vida, como la primera vez que vi al Cuarteto Arditti o al Cuarteto Kronos. Años después, estudié de forma privada con John Fonville, admirado pionero de la flauta contemporánea y maestro legendario de UCSD, quien me daba clases en su cubículo de la universidad. En fin, UCSD siempre ha sido un lugar preciado para mí. Cuando John decidió jubilarse el año pasado, se abrió un concurso de oposición para ocupar su plaza. Después de pensarlo mucho, y al ver que el perfil que se solicitaba era compatible conmigo, decidí postularme, aunque, honestamente, no creí que tuviera ninguna oportunidad de ganar. El proceso duró cerca de un año y atrajo a más de cien flautistas de todos lados. Finalmente, no sé cómo, pero gané el concurso y me ofrecieron el trabajo, que acepté con todo gusto. Yo ya tenía algún tiempo pensando cómo hacerle para regresarme a esta región. Esta manera nunca la imaginé, pero es más que bienvenida.
¿Naciste para ser músico?
-No lo sé. Mis habilidades naturales para la música son buenas pero de ninguna manera extraordinarias. Soy tenaz, disciplinado y muy paciente, eso sí. Creo que, si nací para algo, es para ser maestro. Ser maestro de música es algo muy especial.
¿Qué es lo que te provoca y deja la música en tu vida?
-Podría intentar contestar esa pregunta sin acabar nunca. Así que mejor diré que la música, o más bien, hacerla, es la estructura fundamental de mi vida y la manera en la que me relaciono con el mundo. Pocas cosas hay en mi vida que no tengan que ver con ella.
Actualmente ¿a qué grupos perteneces? Con una frase, describe lo que significan para ti.
-Algunos ya los he mencionado. La Generación Espontánea, quizá el proyecto más querido para mí. Un selecto club de gente desparpajada e indómita. Magia, magia pura.
Filera, el trío que tengo con Carmina Escobar y Natalia Pérez. El proyecto más fresco e inclasificable al que pertenezco.
Liminar, el ensamble más aguerrido de la música contemporánea en México.
Mi dúo con el artista multimedia Yair López: escudo(torre). Un proyecto ruidoso, áspero, pero con mucho corazón.
Y un proyecto muy ensenadense: el Wilfrido Terrazas Sea Quintet. Mi lado jazzero, un taller de renovación personal y de mucho aprendizaje.
¿Cuál consideras que es la función de la música?
-Hay una infinidad de libros y tesis de gente que sabe mucho más que yo que pueden contestar esa pregunta. La música sirve para muchas cosas, aunque la mayoría de la gente no lo entienda o no lo quiera admitir. La música es parte integral de nuestras vidas, desde que nacemos hasta que morimos. Lo ha sido desde siempre y lo será hasta el fin de la especie humana.
¿Las demás disciplinas del arte influyen en ti para hacer música?
-Sí, todas, pero en particular la literatura. Mi amor por la literatura es total y es lo único que precede en mi vida a la música. Si no hubiera sido músico hubiera estudiado letras y hubiera querido ser escritor. Para hacer música me influye mucho la poesía, que leo con especial pasión e interés. Pero muchas cosas me influyen, no solamente las artes. Me interesan muchos fenómenos naturales y humanos. La música es una metáfora de la vida. Hay música en el viento, en las nubes, en el mar, en caminar, volar, respirar, dormir. Donde hay movimiento, hay música.
Platícame cómo es tu proceso de composición.
-Algunos detalles importantes pueden cambiar dependiendo de qué proyecto se trate, pero de manera general puedo decir que cada pieza se va formando en mi cabeza a su propio ritmo. Nunca las apuro ni las fuerzo a salir. Algunas se definen pronto, a otras les toma más tiempo. Cuando están más o menos definidas, paso a trabajar en el papel. Primero dibujo gráficas de distribución de energía que describen los posibles comportamientos de la música. Después paso a elaborar una partitura parecida a las tradicionales, aunque con diferencias importantes que se han ido estableciendo en mis composiciones recientes, digamos de los últimos 5 o 6 años. A veces checo sonoridades con la flauta o al piano, pero no siempre. Mis piezas recientes no son obras “terminadas”. Mis partituras parecen más bien mapas, son similares al planteamiento de ciertos videojuegos, con muchas posibilidades de interpretación, y que plantean la necesidad de ser exploradas a través de la improvisación.
¿Consideras importante el estudio académico para poder ser músico?
-Sólo si se quiere ser un músico académico (lo que cada quien entienda por eso). En mi opinión, lo que es importante es tener una formación sólida, que esté inmersa hasta el tuétano en una o varias culturas musicales. Considero que sólo se puede ser realmente creativo e innovar si lo haces desde adentro. La creatividad viene de la comprensión del pasado y del presente de la cultura musical en la que has crecido como músico. Esto se traduce en la comprensión de las revoluciones que han hecho de esa cultura musical algo que se mantiene vivo. Para revolucionar en el bolero, necesitas conocer profundamente la cultura musical del bolero. Lo mismo para el tango. O el son de arpa grande. O el jazz. O la improvisación libre. O lo que sea. (Obviamente hay otros elementos en la mezcla, pero este es un aspecto de primera importancia…).
¿Qué planes o proyectos siguen para ti?
-Mis planes inmediatos están de entrada sujetos al proceso de adaptación a la nueva (vieja) geografía y a la nueva situación laboral. La idea es seguir haciendo cosas con mis grupos que ya mencioné, en la medida de lo posible, y poco a poco ir gestando más proyectos acá en la región de las dos Californias. Por lo pronto, el primer disco del WT Sea Quintet está por salir, y cuando llegue lo gritaremos a los cuatro vientos. Seguiré trabajando además con la gente linda del Colectivo La Covacha en la organización de la Semana de Improvisación en Ensenada, que tendrá su quinta edición en enero de 2018. Ahora que ya estaré por acá la mayor parte del tiempo, espero seguir contando con el apoyo de mis paisanos ensenadenses y veremos qué tantas cosas podemos hacer juntos.
¿Qué opinas sobre la improvisación y espontaneidad?
-La improvisación es otro tema amplísimo, que podría tomarnos la vida entera. De hecho, la vida, no entera, pero sí en su mayoría, es improvisación. Todos somos expertos improvisadores en la vida, pues improvisar es lo que hacemos cada que conversamos con alguien, cada que salimos a caminar, cada vez que damos una clase, cada vez que vamos a una fiesta, etc. La improvisación es una característica fundamental de la vida humana, y, como todo lo que requiere de un desarrollo de habilidades, se aprende a base de práctica. En México, curiosamente, el verbo improvisar se usa como sinónimo de hacer las cosas mal. Esta idea es absurda y emana de una confusión fundamental. Improvisar no es ser irresponsable, inepto o mediocre. Improvisar es todo lo contrario. Improvisar es hacer las cosas bien, sólo que en tiempo real, ya sea con bastante, poca o nula planeación. Un improvisador es aquella persona que conoce tan bien su oficio, que puede crear soluciones a cualquier problema en tiempo real. Esto lo logra con intuición, entrenamiento, experiencia, pericia, solvencia y creatividad. En el ámbito de la improvisación musical, ser un improvisador experimentado es una de las cosas más difíciles de lograr y a uno le toma muchos años de aprendizaje.
¿Puedes mencionar en la música cómo llevas a cabo la improvisación?
Cuando la improvisación musical está inserta en un marco de referencia específico, digamos, como dentro del jazz, es el propio marco el que te da las herramientas para improvisar. A este hecho, Derek Bailey, un gran improvisador británico, le llamó “improvisación idiomática”. Cuando, por el contrario, no existe un marco de referencia así de claro, Bailey sugirió el término “improvisación no idiomática”. Ese es el tipo de improvisación que yo practico más frecuentemente. También le llamamos “improvisación libre”. Lo que sucede en este caso es que el improvisador se acerca a la música con lo que llamo un mundo sonoro personal, que ha ido construyendo durante todo el tiempo que ha improvisado en la vida. Un mundo sonoro personal es un cúmulo de sonidos, gestos, recursos, ideas, instrumentos y habilidades de escucha, reacción, adaptación, que cada improvisador trae consigo todo el tiempo cuando improvisa. Los mundos sonoros son cambiantes, fluidos, inestables y se nutren de muy diversas experiencias. Lo que hacemos los improvisadores es utilizarlos, tomando decisiones en tiempo real para construir una música de creación colectiva, que sea interesante de escuchar. Lo que usualmente ocurre es que tu mundo sonoro personal se relaciona o se fusiona de muchas maneras con los mundos sonoros de los demás improvisadores, del público y del entorno sonoro del lugar en donde se esté llevando a cabo la improvisación. Los procedimientos específicos en los que esto pueda ocurrir serán tan variados como lo sean los mundos sonoros de los participantes en el acto musical. Todo esto plantea una respuesta muy general a tu pregunta, que, sin embargo, pareciera ignorar la magia que frecuentemente acompaña a la música improvisada. No es esa mi intención. Amarre, química, magia, como se le quiera llamar. “Eso” que es difícil de describir pero que todo mundo siente y percibe cuando algo especial está sucediendo en el escenario. Es un intercambio de energía entre los improvisadores y el público, el catalizador más importante…pero es un tanto absurdo tratar de explicar eso con palabras, es mucho mejor experimentarlo en vivo en los conciertos.
¿Con qué pieza alcanzaste o alcanzas el máximo nivel interpretativo?
-No sé, no pienso en esos términos. Digamos que como intérprete siempre me esfuerzo en hacer lo mejor que puedo, pero obviamente hay algunas piezas que me salen mejor que otras. Quizá con las que mejor me he sentido son algunas de las piezas que han sido escritas para mí por varios de los compositores con los que he colaborado por mucho tiempo, como Ignacio Baca Lobera, Iván Naranjo, Hiram Navarrete o Mauricio Rodríguez.
Por último, ¿qué músicos admiras?
-Admiro a miles de músicos. Tratar de hacer una lista exhaustiva sería muy complicado. Entre los que creo que han influido más en mi trabajo algunos son muy obvios, como Iannis Xenakis, Edgard Varèse, György Ligeti, John Cage, Eric Dolphy, Evan Parker o los músicos de la AACM. Recientemente he estado pensando mucho en la música de Charles Ives también. Pero quizá las influencias más importantes para mí han venido de músicos que no sólo admiro muchísimo, sino que también los he conocido de cerca y trabajado con ellos, como Claire Chase, Ignacio Baca Lobera, Roscoe Mitchell, Wade Matthews, Katt Hernandez, Stephanie Griffin, Andrew Drury o mis colegas de la Generación Espontánea. Para terminar, me gustaría mencionar lo importante que es para mí el escuchar música de todas las culturas y de todas las épocas. En particular, me cautivan las tradiciones de ejecución de instrumentos de viento de muchos lugares del mundo. El bánsuri de la India, el daegum de Corea, el dizi chino, el clarinete y la floghera griegos, las dobles cañas del Norte de África y del Sureste de Asia, las flautas japonesas, las flautas de carrizo mexicanas, y muchísimas más. Soy consciente de pertenecer a una gran hermandad de gente que va por la vida soplando, y eso me inspira y me mantiene, espero, coherente.